El proceso de descubrirse a uno mismo

Me he pasado los últimos cinco años dando marcha atrás a los primeros treinta:

perdonándome a mí misma por todo el daño que me he hecho,

conectando con mi niña interior para acunarla, escucharla, entenderla y arroparla,

desprendiéndome de todo aquello que creía firme pero resultaba que no servía, que no me estaba ayudando a avanzar,

escuchando mis emociones como si fuera la primera vez que las siento, tratando de saborearlas en lugar de juzgarme por ellas,

revisando creencias limitantes y descartándolas,

descubriendo la magia en cada uno de estos rincones,

rompiendo patrones de comportamiento autodestructivos y obsoletos,

aprendiendo a hablarme a mí misma de una forma completamente diferente,

escuchando mi ego, observando todos los personajes creados, dándoles las gracias por existir y acompañándoles a ver la representación desde otra perspectiva,

descontrolando adrede saliendo de la locura absoluta que supone creer que realmente tenemos el control de algo,

tolerando la frustración que no toleré en todos estos años, aceptándola como parte del juego,

descartando el ruido constante de mi mente y la necesidad de llenar huecos,

saboreando los silencios que aparecían de repente, sin esperarlos,

desmontando los miedos con los que me crié, todos ellos, con los que me había construido una bonita fortaleza sin darme cuenta…

 

Cinco años de quitar capas de cebolla.

Cinco años desaprendiendo.

De desvestirme y descalzarme una y otra vez.

Y cuando crees que has terminado, vuelta a empezar.

Este proceso de autodescubrimiento no termina nunca.

Lo que sucede es que cada día que pasa me siento más cómoda y ahora ya no tengo esas dudas del principio. Ya no hay marcha atrás porque ahora que sé quién soy ya no puedo ni quiero retroceder.

Despellejarse duele, necesariamente, pero lo que viene después es indescriptible. No porque todo sea maravilloso, no, sino porque es tan cierto y tan de verdad que sabes que estás en el camino adecuado.

Te invito a descubrirte…