Me siento mala madre…

Aquello que nadie te dice cuando vas a ser padre: la culpabilidad

Aquello que nadie te dice cuando vas a ser padre: el sentimiento de culpabilidad

Está claro, ser padre es una de las mejores experiencias del mundo. Cuando haces partícipe de esta gran noticia a la gente de tu entorno, todo el mundo te cuenta la fantástica experiencia que supone tener un hijo: lo realizado que te vas a sentir, lo indescriptible del amor que va a surgir… También cuentan cosas no tan buenas: las noches en vela, los llantos y cólicos…

Sin embargo, hay algo que nadie te explica cuando vas a ser padre y que también puede suceder: la culpa. El exceso de responsabilidad que supone tener un hijo puede hacer aflorar en ti un sentimiento de culpa, hasta el momento desconocido y muchas veces irracional, que te va a invadir sin que te des cuenta.

Si surge, lo hace casi de la nada y desde los primeros días del nacimiento del bebé. No sabemos qué hacer, tenemos dudas… Cuando descubres que tiene el culete un poco irritado, lo atribuyes a no haberle cambiado el pañal antes; si tiene cólicos es porque no le das bien el pecho o el biberón; mientras que si llora es porque algo, seguro, estás haciendo mal. Pero no tiene por qué ser así…

¿Racional o irracional?

Eva Piquer (2011) nos orienta sobre el origen de la culpa: «cuando éramos pequeños nos decían que nos termináramos el bistec porque los niños de África se morían de hambre pero si dejábamos un trozo no lo enviaban a África, sino al cubo de la basura». Si de pequeños nos incitaban a menudo a actuar movidos por la culpa… ¿ahora nos preguntamos por qué nos sentimos culpables por casi todo?

El sentimiento de culpa se deriva de realizar una atribución de algunas situaciones negativas a factores internos. Por ejemplo, si mi hijo está resfriado puedo atribuirlo a distintos factores: el cambio de tiempo imprevisto, las bajas defensas del niño o mi incapacidad para vestirle correctamente. Cada atribución que yo hago sobre algo, tiene unas consecuencias en mi y en mi entorno. Si, en este caso, creo que mi hijo está enfermo porque no he sabido ponerle la ropa correcta, el sentimiento posterior inevitable será de desazón y tristeza o rabia y enfado con uno mismo.

Ahora bien, ¿es esa atribución correcta? Tal vez sí, o tal vez no. Quizá siempre soy muy capaz de acertar en la ropa adecuada y mi hijo nunca pasa ni frío ni calor (aunque los que tenemos niños con edad escolar sabemos que esa es una tarea de «grandes sabios»). Pero tal vez la atribución sea adecuada, quizá un día hizo más frío que el anterior y como el niño no llevaba chaqueta, se resfrío. De ser así, en el primer caso, me estaría culpando por algo que no es mi culpa. En el segundo caso, podríamos decir que tengo cierta responsabilidad. En ese caso, el trabajo consistirá en reestructurar un sentimiento de culpa racional pero excesivo (me castigo durante todo el tiempo que le dura el resfriado porque es por mi culpa y soy un mal padre/madre).

Podemos preguntarnos, ¿toda la responsabilidad de que se haya resfriado es mía?, ¿puedo predecir siempre y exactamente el tiempo que hará y acertar en la ropa adecuada?, ¿es objetivo que me sienta mala madre por no haber previsto que haría más frío un día?, ¿ser buen o mal padre está sólo determinado por el acierto o error en la vestimenta?, ¿se trata de una culpabilidad exagerada por el hecho en si mismo?

«Soy un mal padre», «Soy una mala madre»

Cuando tenemos la tendencia a atribuir todos los problemas a factores internos, lo que puede suceder es que surja en nosotros un pensamiento automático como los de «soy un mal padre» o «soy una mala madre». En la mayoría de los casos, como podemos ver, la culpa es irracional y excesiva («me siento culpable porque ya son las ocho y media y la niña todavía no ha cenado»). Además, dispara de forma casi automática un pensamiento letal a través del cual nos ponemos una etiqueta que puede hacer mucho daño a nuestra pobre autoestima: MAL PADRE.

Superando la culpa

1. Aprender a reestructurar los pensamientos automáticos negativos respecto a nuestra paternidad. Esto es, aprender a no dejarse llevar por los pensamientos de «soy un mal padre» y desgranar a base de preguntas y respuestas si realmente este pensamiento es exagerado y si pensar así me lleva a algo positivo. Está claro que no.

2. El sentido común: sé que apelar al sentido común es algo delicado porque lo que para mí puede ser de sentido común, para otro puede no serlo (ya dicen que «el sentido común es el menos común de todos los sentidos»). Sin embargo, se trata de una estrategia muy útil para luchar contra la culpabilidad irracional. Utilicemos y tratemos de desarrollar nuestro sentido común… intentemos ser objetivos. ¿Cuántas probabilidades hay de que se «rompa la cabeza» si se sube a un columpio? ¿Es mayor el miedo a que suceda – cuya probabilidad es realmente baja y cuyo resultado es incontrolable – o el beneficio de realizar la acción – lo bien que se lo pasará y las habilidades que adquirirá?

3. Reflexionemos sobre qué queremos transmitir a nuestros hijos. Somos sus modelos, queramos o no, las cosas que hacemos y decimos, así como las que no hacemos y las que no decimos, les están enseñando y transmitiendo. Repite para ti mismo: «estoy haciendo todo lo que puedo y lo mejor que puedo». En realidad es así, como padres, siempre haremos lo mejor que sabemos y podemos. No se nos puede pedir más. En esta sociedad se exige y nos autoexigimos una perfección que, desde luego, NO EXISTE. No eres perfecto, vale, asúmelo, nunca lo serás. Lo harás lo mejor que puedas. ¿Se te puede exigir más?

4. Sigue la ley del «Ocuparse, no preocuparse«. Existe una reflexión oriental que dice «Si tiene solución, ¿para qué te preocupas?, si no la tiene, ¿para qué te preocupas?». A veces entramos en esta espiral de preocupación absurda que no nos lleva a ningún lado. Quizá sí hayas hecho algo que merezca que te sientas culpable. Quizá venías cansado del trabajo y gritaste por algo que no tenías razón. Entonces, olvídate de la preocupación y ocúpate del asunto. Soluciónalo: entona el mea culpa, pide perdón y haz lo que debas para arreglarlo.

Y tú, ¿te ocupas o te preocupas?

Magdalena Grande
Psicóloga General Sanitaria y terapeuta de pareja en Palma de Mallorca
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