Descubriendo mi alta sensibilidad

El descubrimiento: ¡soy PAS!

Suele suceder que desde siempre sabemos que hay algo diferente en nosotros, respecto a la mayoría de gente: somos más sensibles (así, clarísimo), lloramos más o tenemos ganas de hacerlo de forma más habitual, nuestras emociones fluctúan más y las sentimos más, nos duele ver que otros sufren hasta el punto de hacernos sufrir, percibimos detalles que para otros pasan completamente desapercibidos y analizamos la realidad de una forma diferente.

Todo eso se hace evidente desde la primera infancia y para los que tenemos hijos PAS es mucho más claro. En la infancia y ya adolescencia nos habremos dado cuenta de que eso de nosotros puede hacer que los demás cambien su perspectiva respecto a lo que piensan de nosotros y habremos empezado a desarrollar estrategias para adaptarnos a “la normalidad”.

La sensibilidad no está bien valorada en la actualidad: para gran parte de nuestra sociedad, “el que es sensible es un flojo y un llorón y más le vale curtirse y hacerse fuerte si quiere llegar a ser algo en la vida”. Tan duro como suena. Crecimos con eso, supimos que no podíamos mostrar nuestras emociones cada vez que sentíamos algo, porque nos reprochaban que lo hiciéramos, entendimos que éramos diferentes pero, la mayoría de veces, nos esforzamos en ocultarlo.

Algunos aprovechamos los dones que tenían que ver con la sensibilidad: no nos costaba entender a los demás y lo aprovechábamos para ayudarles, escucharles de forma atenta, comprender su dolor. Aprendimos, seguramente, a no hacer nuestro el dolor ajeno (para algunos sigue siendo una tarea pendiente). Nos hicimos mediadores, educadores o trabajadores sociales, cuidadores, psicólogos haciendo así de nuestra forma de vivir, nuestra profesión. Hubo momentos en que dolía: la incomprensión y no poder entender por qué parecía que sentías más, la culpa por sentirse exagerado y exagerando, identificarnos erróneamente con el papel de víctimas…

Pero llega un día en que, bendito internet, a uno se le enciende la bombilla y se pone a buscar. Hoy en día google es nuestro amigo más fiel en ese sentido. Algunos lo hicimos para ayudar a nuestros hijos, en quienes veíamos un reflejo de cosas que nos habían sucedido a nosotros, para otros vino en forma de libro, taller, conversación, búsqueda para el crecimiento personal. Así descubrimos que éramos Personas Altamente Sensibles, o PAS, que suena como más profesional así abreviado.

Nos etiquetamos como tal (ojo con las etiquetas, que no nos hagan perder nuestra individualidad) y sentimos un gran alivio al entender que todo aquello tenía una explicación y un nombre, que éramos parte de ese 20% de personas. Resulta que para todo aquello que considerábamos más negativo que positivo había forma de darle la vuelta y convertirlo en virtud.

Que la inteligencia emocional y la asertividad se aprenden, de pequeño y de mayor, que ya no hace falta esconderse de lo que uno siente y que las viejas estrategias para acomodarse a la normalidad ya no nos sirven. Disfrutamos de nuestra empatía y del contacto con los demás tanto como de la soledad que anhelamos y que tanto bien nos hace. Disfrutamos de cada segundo, de cada palabra, detalle, importante o no, de lo que acontece en nuestras vidas y vivimos desde la gratitud.

Conseguir todo esto en el proceso de crecimiento personal es todo un reto y un alivio porque trae una paz que no creías poder alcanzar. No significa que no nos pongamos tristes, o nos enfademos pero todo toma otro color y somos más conscientes, estamos más vivos que antes.

¡Qué importante entonces, averiguar, quiénes somos y que no estamos solos! ¡Qué importante darle voz y luz, para que la alta sensibilidad sea cada vez más conocida y podamos también ayudar a nuestros niños sensibles.

Me encantaría que me contarás cuál ha sido tu camino y en qué punto estás. Podemos ayudarnos y recorrerlo juntos. ¿Te animas?

Magdalena